domingo, 18 de abril de 2010

Centro cultural Juchitán: núcleo de convergencia de culturas


(Artículo escrito por Carol Hernández Rodríguez, en julio de 2005, y publicado en el sitio: http://base.d-p-h.info/fr/fiches/dph/fiche-dph-7138.html en el que se puede encontrar un importante comentario al respecto.)

Centro cultural Juchitán: núcleo de convergencia de culturas. La lucha de un poeta por conservar la cultura indígena zapoteca en el México neoliberal

Concebido como un espacio en la capital del país para dar cabida a las expresiones de jóvenes artistas de origen zapoteco, el Centro Cultural Juchitán se consolida como un canal de expresión y comunicación entre nuestras raíces indígenas y nuestra identidad urbana.

Al oriente de la bulliciosa Ciudad de México, punto de arribo de la población proveniente de los estados del sureste mexicano, tiene vida un espacio donde convergen y se retroalimentan dos culturas: la zapoteca y la urbana. En el año 2000 el reconocido poeta juchiteco Macario Matus fundó, en una vieja casa de la popular colonia Moctezuma, el Centro Cultural Juchitán (CCJ), un foro creado para dar cabida en la capital del país a las expresiones artísticas de jóvenes pintores, escultores y poetas originarios de Juchitán, Oaxaca. Con el paso de los años el CCJ ha diversificado el origen de sus artistas y hoy, sin dejar de ser fundamentalmente una célula zapoteca dentro de una de las metrópolis más grandes del mundo, comienza a constituirse en un espacio medular para la vida cultural de la Ciudad, donde jóvenes artistas de diversas partes del país, muchos de ellos indígenas, encuentran la oportunidad de exponer, generalmente por vez primera, sus obras.

La esencia conceptual del proyecto del CCJ, la cual se enriquece permanentemente con el paso del tiempo, es delineada por Macario a partir de su experiencia como director, durante diez años –de 1979 a 1989-, de la Casa de la Cultura de Juchitán, en Oaxaca. La comunidad zapoteca registra una larga trayectoria de lucha por los derechos políticos y la defensa de su identidad cultural. En 1980 la Coalición de Obreros y Estudiantes del Istmo de Tehuantepec impuso la primera derrota electoral de la historia al PRI (Partido Revolucionario Institucional, el entonces partido de Estado). Para esta sociedad ancestral el arte constituye un canal fundamental de comunicación por medio del cual se transmite por generaciones la historia, la lengua y las tradiciones. Los artistas zapotecas se asumen como guardianes y promotores de su cultura. A través de su trabajo intentan fortalecer la cohesión social de sus comunidades haciendo converger los intereses particulares de los diversos sectores sociales (campesinos, obreros, amas de casa, niños) en torno al principal interés común: preservar la cultura zapoteca en el México neoliberal y americanizado de hoy.

El devenir profesional de Macario, marcado por su predilección por el periodismo, lo trae de regreso, en 1989, a la Ciudad de México, en donde, cuando joven, estudió para maestro en la Escuela Normal Superior y cursó la carrera de Contaduría en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En la capital del país, Macario comienza una etapa de consolidación de su carrera como periodista, crítico de arte y poeta, y a través de los espacios que logra abrirse en los periódicos y revistas culturales inicia su trayectoria como promotor de la cultura zapoteca en la Ciudad de México, la cual es encabezada por su propia obra poética publicada en ediciones bilingües (zapoteco-español), hoy reconocida internacionalmente.

La creación del CCJ, un proyecto sin apoyo gubernamental que Macario logra financiar elementalmente, es “simplemente un esfuerzo por otorgar a los jóvenes artistas un espacio, una oportunidad en un país donde el arte no es una prioridad para el gobierno, y mucho menos el arte indígena”. Pero el trabajo no ha sido nada sencillo. Uno de los obstáculos más fuertes de franquear es la renuencia de una importante proporción de la sociedad mexicana a reconocer que el elemento indígena (10% de la población nacional) es parte esencial del pasado, presente y futuro de nuestro país. Por esta razón, inducir la revalorización de la cultura indígena es uno de los principales retos que el proyecto asume. Macario es optimista y considera que las personas aprenden a reconocer, respetar y valorar las diferencias si tienen la oportunidad de aproximarse a otras culturas, a otras formas distintas de pensar. No es casual la localización del CCJ en un barrio popular como lo es la colonia Moctezuma. Por ello, el proyecto tiene una doble aportación pues además de ser un espacio de expresión para el arte indígena, puede constituirse en un punto de confluencia y comunicación entre dos culturas tan disímiles como lo son la urbana de los barrios populares del Distrito Federal y la indígena originaria del sur del país.

La noche del último viernes de cada mes el CCJ se viste de fiesta para inaugurar una exposición. La lectura de poesía indígena en su lengua, la música y comida de los rumbos del sureste mexicano –que corre por cuenta del CCJ- y la bebida tradicional que para brindar trae desde su pueblo el artista que se presenta esa noche, propician un ambiente de convivencia y diversión. En él confluyen los pocos miembros del CCJ y los invitados, incluyendo generalmente a la familia del artista que viaja desde su pueblo para presenciar el gran evento que constituye la exposición de una parte de su cultura en la gran urbe. Asisten también unos cuantos críticos de arte y algunos curiosos vecinos de la colonia que se animan a integrarse a los festejos. En palabras de Macario Matus, la idea de celebrar tiene como objetivo constituir “un espacio donde la gente pueda convivir, distraerse, dialogar y discutir sobre el arte”.

Después de cinco años de experiencias del CCJ, y considerando que el calendario de exposiciones del 2005 ya está cubierto, Macario no se siente del todo satisfecho con los resultados. Si bien algunas organizaciones como la fundación Xquenda, presidida por la cantante Susana Harp, para la preservación y promoción de la cultura de las comunidades oaxaqueñas, la Asociación de Escritores de Lenguas Indígenas, e incluso la ENAP (Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM) han brindado apoyo a las actividades del Centro, cada una dentro de sus ámbitos y posibilidades, el poeta es tajante al afirmar que “el proyecto todavía no rinde los frutos deseados: se necesita amor, pasión, tiempo, apoyo gubernamental”.

Él mismo se pregunta “¿a dónde va llegar este proyecto?” y se responde “no lo sé… no sé que me depare el destino a mí mismo. Quizá la edad o un accidente marquen el fin.” Sin embargo, una posibilidad de continuidad sale a relucir: “siendo la ENAP la institución que ha dado más cabida a los artistas que se han presentado en el CCJ, existe la posibilidad de que ésta termine incorporando el Centro a sus actividades.” Pero mientras el futuro del CCJ a largo plazo es difícil de dilucidar, en un tiempo corto se prevé iniciar actividades del ámbito editorial publicando obra literaria y poética zapoteca en su idioma original.

Una última pregunta a Macario: ¿Qué te motivó a emprender este proyecto? “El amor a la humanidad. Es sumamente triste que una persona con inteligencia y talento no tenga estímulos por parte de la sociedad a la que pertenece. Considero que todos los seres humanos debemos asumirnos como protagonistas de la historia. Hasta ahora ésta ha sido mi forma de hacerlo.”

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En el siguiente enlace se encuentra un fragmento de la entrevista que realizara FERNANDO CAMACHO SERVIN para La Jornada en 2006:
http://www.jornada.unam.mx/2006/05/02/index.php?section=cultura&article=a04n1cul

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