martes, 10 de agosto de 2010

A un año, por Jorge Magariño

El siguiente texto fue publicado en el Blog de Jorge Magariño, amigo de Macario, en la página de Zapotecos del Mundo.

¿Un año ya?

A la memoria de Macario Matus

El tiempo, el implacable, dijo el cubano. Y aquí estamos, de pie, con algunos achaques propios del medio siglo andado, con algunos costurones por el cuerpo y por el alma, propinados por leves excesos de agua, de altos jugos consumidos incansablemente; con raspones que alguna bella dama sin piedad nos causó al meter la zancadilla del olvido o el desamor.

Alguien nos contó que quien fuera por algún tiempo tu mejor amigo pasó a visitarte al panteón un día después de tu sepelio, prefirió realizar su ceremonia sin testigos, acaso pedir las disculpas largamente postergadas, acaso reconciliarse con tu memoria, contarte sus cuitas recientes o simplemente palmear la arena fresca del sepulcro.

La amistad, esa alcahueta, llevó a una reportera a escribir que todo Juchitán, o algo así, salió a despedirte, nada más lejano a la realidad. Lo hice ver en su momento, que unos pocos de los líderes de aquella venturosa Cocei acudieron para ofrecerte un último aplauso, para decirte gracias, hermano, por el apoyo de los años ochentas, por el brillo que prestaste a estas tierras, a estas luchas. Escribí también que lo hecho por ti en estos lugartes reclamaba algo más que la parca asistencia a tu sepelio.

Hace un mes, más o menos, llegó por los hilos del internet un correo, un aleteo diciendo: Macario Matus cumple un año de haberse ido a nalguear musas a otro lado. Bueno, no es cierto, nadie manda esquelas con tal redacción, con tal desparpajo, pero de eso me acordé cuando leí el aviso para acudir a una misa en tu honor, allá con san Vicente, junto a la Casa de tus desvelos, la Casa de la cultura que vio tus afanes, tu trabajo de diez años.

Me puse a pensar entonces en la asistencia que habría en esa cita con tu aniversario. Pensé que algunos líderes pos-revolucionarios no estarían, ocupados como están tratando de lavar la ropa sucia de su imagen, luego de haber buceado en las intranquilas aguas de la elección pasada, después de haber gritado a voz en cuello “Sigue a Eviel” o de alzarle la mano desvergonzadamente a ese personaje a nombre de los restos de la Cocei, a cambio de los treinta siclos de cobre o de una promesa o de pagar con ello los cobros hechos en oficinas tricolores, vaya usté a saber.

Por eso, cuando llegué al templo ferrerista quedé sorprendió al ver tanta gente, algunos francamente encopetados, y yo, sabedor de tu desdén ante tales personajes, pregunté acerca de tales presencias, un amigo me respondió desde sus dos metros de estatura: “Es que también es la misa de fulano de tal”. “Ah”, fue la sola respuesta que envié a tales alturas.

Adentro, la banda Princesa Donají lanzaba al aire las notas de un son que tú gustabas destrozar con léperas letras, La última palabra: Xhuxani do’ nga gapa’ laanu ndaani’ ndé, descomponías feliz lo hecho por Juan Stubi (evito a propósito la traducción, quien la quiera, no faltará alma de dios que le socorra para su feliz conocencia).

Al concluir el ofertorio, las paces, el responso, salimos a la calle. El alto compañero y el escribidor conversábamos en torno a los presentes, que si faltó éste o aquél, que nomás alcanzamos a mirar a tres o cuatro pintores y cuatro escritores, que la varonía estaba integrada mayormente por chegueños, que a lo sumo cuatro docenas de mujeres seguían a las velas y los ramos de flores.

Tuvimos la fortuna de saludar a tus queridas Mauras: tu compañera de mil batallas amorosas y tu joven princesa, la que corría venturosa por los corredores de la Casa, acompañada por su muñeca de trapo Epifanía (era el nombre de tu madre, pero yo siempre sospeché que tú inventaste tal apelativo). Con dulce energía tu Maura mayor dictó a la banda el repertorio a ejecutar por el camino hacia Cheguigo.

(Aquí entre nos, te diste cuenta de cómo va quedando primorosa, chingona, pues, ¿la Casa de tus amores? Ojalá que ahora sí le devuelvan el brillo por tantos años perdido. Y el señor éste de apellido Webster, ¿habrá escondido en el archivero su declaración de hace algunos meses, de cuando afirmó que te preparaba un homenaje?)

Por la esquina de Juárez y Colón (qué cruce, compañero), el alto amigo y yo nos quedamos mirando el cortejo de tu aniversario, con una mano al viento ligero de este principio de agosto le dijimos qué tal a unos conocidos; alguien nos alcanzó un libro; más allá un antiguo conocido tuyo, bastón en ristre acompañaba tu memoria. Al fondo, detrás del puente, el aire de Cheguigo te esperaba.

Salud, Macario Matus, hermano de la espuma y del sol. Espéranos allá en las arcas del olvido, donde un día –sin duda- llegaremos.


Magariño, agradecemos infinitamente tus palabras.

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